¿Y si quién tentó a Eva era en realidad un simio?




Hay asuntos difíciles de esclarecer en los mitos bíblicos. Sabemos, eso sí, que el Edén, o Paraíso Terrenal, fue sede de hechos truculentos, como las aventuras de Adán con Lilith, y los amores clandestinos de Eva con Samael. Sin embargo, el enigma más asombroso tiene que ver con la Serpiente que tentó a Eva.

La siguiente es una pregunta que atormenta a los zoólogos, sobre todo a los temerosos de Dios, y que viene siendo discutida con gran entusiasmo desde hace siglos: ¿cuál era la especie de serpiente que engañó a Eva en el Jardín del Edén?

La respuesta no es sencilla, sobre todo si tenemos en cuenta que la Serpiente del Edén necesariamente debió andar erguida. De otro modo, la sentencia por haber comprometido la pureza de Adán y Eva: arrastrarse sobre su vientre durante toda la eternidad, resulta más bien redundante.

Algunas autoridades medievales aseguran que la Serpiente (generalmente admitida como Satanás o Lucifer disfrazados) tenía rostro de mujer, quizás para ganarse la confianza de Eva, y de este modo se la representa en muchos grimorios y libros medievales. Otros autores de la época dedujeron que no se trataba de una serpiente, al menos de ninguna especie conocida, sino más bien un animal mítico, serpentiforme, como el basilisco.

El erudito bíblico Adam Clarke (1762-1832) propuso una teoría asombrosa acerca de la verdadera naturaleza de la Serpiente del Paraíso. De hecho, argumentó que no era una serpiente en absoluto, sino un simio; y basó su razonamiento en un ejercicio lingüístico un tanto dudoso, es verdad, pero igualmente interesante.

Según Clarke, la palabra hebrea utilizada en el Génesis para referirse a la serpiente es Nacliash, o Nahash, la cual proviene del árabe y significa dos cosas: «simio», y también «demonio».

Además, Clark sostuvo que, según se desprende de las afirmaciones de la Biblia, Nahash poseía una inteligencia superior a la de los animales inferiores, como las serpientes, que evidentemente caminaba erguido y que poseía el don del habla. En un arrebato evolucionista, el erudito deslizó la posibilidad de que los simios hayan poseído estas habilidades alguna vez.

Acto seguido, el sabio discute sobre la identidad del Árbol del Conocimiento, y si la fruta prohibida era realmente una manzana o no. Comentadores audaces sostienen que se trataba de una granada, otros de un melón; como Matiolus, que describió esta fruta como Pomum Adami, literalmente, «manzana de Adán», una fruta tropical cítrica, con corrugaciones profundas y ásperas en la piel, que representan las marcas de los dientes de Adán.

Naturalmente, no será en estos mis escritos donde se resuelvan estos enigmas. Simplemente destaco un interrogante que desveló a Adam Clarke: si describimos a un animal que anda erguido, que posee facciones similares a las de un humano, y que además posee el don del habla, la criatura que más se ajusta a esas características -además del ser humano- es indudablemente un simio, y no una serpiente; salvo que creamos que los reptiles, en alguna época remota, poseían estas facultades, pero eso sería entrar en un terreno demasiado resbaloso que, al igual que el erudito bíblico, preferimos omitir.

Omar Coello/Buenos Aires/2011

Yann Tiersen - Sur le fil



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