Después te fuiste...





Empezamos a hablar
­nos miramos; dejamos de mirarnos

Las lágrimas ascendían a los ojos
pero no podíamos llorar

Deseaba tu mano
pero mi mano temblaba.

No dejabas de contar los días
para nuestro siguiente encuentro,
pero los dos sentíamos en el corazón
que nos separábamos para siempre.

El crujido del reloj llenaba la habitación,
escucha, dije, es tan fuerte
como el galope de un caballo en un sendero solitario.

Así de fuerte, un caballo galopando en la noche es mi corazón.

Me hiciste callar abrazándonos,
­pero el sonido del reloj ahogó el latido de nuestros corazones.

Dijiste: “me tengo que ir, todo lo que vive de mí
está aquí para siempre”.

Después te fuiste.

El mundo cambió. El ruido del reloj se hizo débil,
se fue perdiendo –se tornó minúsculo-
susurré en la oscuridad: “moriré si se detiene”.


Buenos Aires/Madrid-2011





2 comentarios:

  1. hermoso y conmovedor; la tristeza del último adiós me toca muy de cerca esta vez a mí también. Quiero pensar que existe un lugar más allá del tiempo y del espacio donde nada se marchita...

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  2. Sentidas palabras que acompañan el continuar de este escrito. Un (buen) deseo siempre es lo mejor que sale del sentir del alma... el tiempo y el espacio más el amor nos llevan al rumbo que tiene que ser... gracias por estar...

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