Como a través de un mundo que sólo fuera cielo, firmamento invertido, la barca de nuestro amor se deslizaba. Brillantes como el día eran tus ojos, radiante fluía la corriente y era radiante el vasto y eterno cielo.
Cuando murió la gloria en el dorado crepúsculo, resplandeciente ascendió la luna, y llenos de flores al hogar regresamos. Radiantes fueron tus ojos esa noche, habíamos vivido, oh amor...
Oh amor mío, habíamos amado.
Ahora el hielo envuelve nuestro río, con su blancura cubre la nieve nuestra isla, y junto a la lumbre invernal ella y él dormitan y sueñan. Sin embargo, en el sueño, fluye el río y la barca del amor aún se desliza...
Escucha el sonido del remo al cortar sus aguas. Y en las tardes de invierno cuando la fantasía sueña en el crepitar de la chimenea, en sus oídos de viejos enamorados el río de su amor canta en los juncos:
Amor mío, ama el pasado...
pues algún día fuimos felices...
y algún día nos amamos.
Esta noche de perfume de puerto sentado en la barra con el sombrero de mi cuerpo me pertenece sólo hasta las 3. Todas las formas me traspasan, me traspiran, estremecen mis glándulas soñolientas. Bebo, bebo de una copa angosta, angosta y larga, bebo por no precipitarme sobre sus nalgas, sus muslos tiernos, blancos, nuevos, y es que quizás yo ya no debería estar aquí. Ferozmente lucho con mis pupilas, estoy seguro de que si cesara mi actividad óptica todo cambiaría, todo iría mejor, quizás alguien se acercara y yo con mi discurso eclético usurparía un roce, una estrechez de miembros, un lánguido acercamiento de otros labios y entonces algo dejaría de estar en mi, entonces algo se propulsaría desde mi hacia otro lugar, porque la soledad también es ese deseo imposible de ser parte de los demás, de propagarse en otra piel, de participar en el laberíntico despliegue de otras cargas eléctricas.
Esta noche, el humo delinea anillos oblicuos, hay una cortina de vaho entre yo y la imagen de mujer que me sirve. Ella espera a un hombre, pero también está triste. Su cuerpo ha amado clientes y barristas de toda la ciudad y en número sus conquistas superan cualquier alarde de varón fausto. Pero la soledad es amiga histórica de la aglomeración numérica y la mujer de la barra, al igual que yo, promulga una de esas miradas de por Dios hoy no aguanto esta índole solitaria. Le sonrío amablemente pero ella no responde, un ser intrínsecamente solitario no desea la “compañía” de otro de su misma condición, pues de dos empedernidos náufragos no se construye un barco. Miro alrededor, en esta isla todos caminan desorientados, colisionamos unos con los otros, algunos lo llaman encuentro, la última vez que vi la piel de un hombre leía: desilusión.
Algo me impide poner fin a esta noche. Algún tipo de sensación planetaria. Algo debe pasar. Porque yo no bebo gin-tonic para hacer esta pantalla más gruesa, y no es que me siente en este taburete de barra para ahondar en mi aislamiento humano. Algo debe pasar, algo repentino y ¿Por qué no? ¿Acaso son falsas estas recurrentes visiones retentivas de otras noches igual que esta?¿Acaso no reposó, su cabeza, en el pozo de mi hombro, una mujer de pelambrera negra e inquietos pensamientos? Y ¿No fue ella quien me invitó a estirar nuestros cuerpos y leer la vida en la carne ardiente? Porque la soledad requiere de compañías previas y aun en esta noche te favorece el sombrero de copa, y fumás como echando encanto al aire y fuiste vos que me inspiraste a frecuentar los bares y pedir con otras manos, en otras lenguas, con otro propósito. Fuiste vos que surcabas la noche buscando el pirata de ojos marrones.
Jamás fui golpeado antes de esa hora
por un amor tan dulce y repentino,
su rostro brilló con aires marinos
y a mi corazón se llevó lejos, definitivamente.
Con el blanco de los muertos mi rostro empalideció,
se negaron a marchar mis piernas,
¿A quién podría reclamar?
Mi vida y mi todo se convertían en piedras de sal.
Entonces la sangre se apresuró en mi rostro
y violentó aquel paisaje de mis ojos,
todo se hizo mediodía y crepúsculo.
No pude ver una sola cosa,
había palabras en mis ojos
hablando con el acorde de las cadenas
y la sangre ardiendo se volcó a mi corazón.
¿Es el lecho del amor siempre helado?
¿Tienen las flores la elección del invierno?
Entonces parecía que ella oía mi silenciosa voz,
el amor no es un llamado al saber.
nunca vi un rostro tan dulce
como aquel que estaba frente a mi.
Desde entonces mi corazón abandonó mi cuerpo,
quedando completo incompleto
y quien sabe cuánto tardará en volver.
¿Olvidarás las horas felices que enterramos
en el dulce cuarto del amor,
apilando sobre sus tibios cuerpos
los ecos efímeros de una hoja y una flor?
flores dónde la alegría cayó,
y hojas dónde aún habita la esperanza.
¿Olvidarás, al pasado y sus recuerdos?
que todavía no se convierten en fantasmas que puedan vengarse;
recuerdos que hacen del corazón su tumba,
lamentos que se deslizan sobre el crepúsculo,
susurrando con horribles voces
que la felicidad sentida se convierte en pena.
El largo camino corre blanco en la luna ,
el disco erguido y pálido alrededor,
es también
el sendero que conduce hasta mi amor.
Todavía cuelga el seto sin una ráfaga,
todavía, todavía permanecen las sombras,
sobre el polvo deslumbrante mis pies
incesantes persiguen el camino.
El mundo es circular, así dicen los caminantes,
y aunque se afanen en una ruta recta,
trabajosa, penosamente en una estrecha marcha,
el mismo camino los traerá de vuelta.
Pero antes de que el círculo me traiga al hogar,
lejos, muy lejos debe transitar,
por el lado oscuro de la luna,
el sendero que conduce hasta mi amor.