Esta noche...





Esta noche de perfume de puerto sentado en la barra con el sombrero de mi cuerpo me pertenece sólo hasta las 3. Todas las formas me traspasan, me traspiran, estremecen mis glándulas soñolientas. Bebo, bebo de una copa angosta, angosta y larga, bebo por no precipitarme sobre sus nalgas, sus muslos tiernos, blancos, nuevos, y es que quizás yo ya no debería estar aquí. Ferozmente lucho con mis pupilas, estoy seguro de que si cesara mi actividad óptica todo cambiaría, todo iría mejor, quizás alguien se acercara y yo con mi discurso eclético usurparía un roce, una estrechez de miembros, un lánguido acercamiento de otros labios y entonces algo dejaría de estar en mi, entonces algo se propulsaría desde mi hacia otro lugar, porque la soledad también es ese deseo imposible de ser parte de los demás, de propagarse en otra piel, de participar en el laberíntico despliegue de otras cargas eléctricas.

Esta noche, el humo delinea anillos oblicuos, hay una cortina de vaho entre yo y la imagen de mujer que me sirve. Ella espera a un hombre, pero también está triste. Su cuerpo ha amado clientes y barristas de toda la ciudad y en número sus conquistas superan cualquier alarde de varón fausto. Pero la soledad es amiga histórica de la aglomeración numérica y la mujer de la barra, al igual que yo, promulga una de esas miradas de por Dios hoy no aguanto esta índole solitaria. Le sonrío amablemente  pero ella no responde, un ser intrínsecamente solitario no desea la “compañía” de otro de su misma condición, pues de dos empedernidos náufragos no se construye un barco. Miro alrededor, en esta isla todos caminan desorientados, colisionamos unos con los otros, algunos lo llaman encuentro, la última vez que vi la piel de un hombre leía: desilusión.

Algo me impide poner fin a esta noche. Algún tipo de sensación planetaria. Algo debe pasar. Porque yo no bebo gin-tonic para hacer esta pantalla más gruesa, y no es que me siente en este taburete de barra para ahondar en mi aislamiento humano. Algo debe pasar, algo repentino y ¿Por qué no?  ¿Acaso son falsas estas recurrentes visiones retentivas de otras noches igual que esta?¿Acaso no reposó, su cabeza, en el pozo de mi hombro, una mujer de pelambrera negra e inquietos pensamientos? Y ¿No fue ella quien me invitó a estirar nuestros cuerpos y leer la vida en la carne ardiente? Porque la soledad requiere de compañías previas y aun en esta noche te favorece el sombrero de copa, y fumás como echando encanto al aire y fuiste vos que me inspiraste a frecuentar los bares y pedir con otras manos, en otras lenguas, con otro propósito. Fuiste vos que surcabas la noche buscando el pirata de ojos marrones.

Barcelona/2008




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